Peludos que sanan: el vínculo entre nuestro hijo con autismo y su perrita, desde el corazón y la neuropsicología
- neurocontigocol
- 9 may
- 3 Min. de lectura

Por: Una pareja, 10 años de matrimonio, aprendiendo juntos cada día
Cuando nuestro hijo fue diagnosticado con autismo, no sabíamos cuántas versiones nuevas de nosotros íbamos a conocer. Como pareja, como padres, y también como exploradores del mundo interior de un niño que percibe todo de forma distinta. A lo largo de los años, hemos buscado respuestas, consuelo, herramientas. Algunas vinieron de libros, otras de terapias, muchas desde la ciencia… pero una llegó con patas pequeñas, una cola movediza y un corazón que parece entenderlo todo: nuestra perrita.
Hoy queremos compartir algo más personal, desde nuestro hogar y desde lo que hemos aprendido en estos años como profesionales de la neuropsicología: cómo una perrita puede convertirse en un puente entre el mundo interno de un niño con autismo y el entorno que, a veces, le resulta demasiado caótico.
Un lazo no verbal, pero poderoso
Nuestro hijo no siempre logra expresar lo que siente con palabras. Pero lo hace con gestos, miradas, cambios en el ritmo de su respiración, o con la forma en que se acurruca. Ella, sin haber leído ningún manual, lo entiende. Lo siente. Hay una sincronía que la neurociencia empieza a estudiar con más atención: el ritmo cardíaco compartido, la regulación emocional a través del contacto físico, la reducción de cortisol (la hormona del estrés) con solo acariciar a un animal.
Como padres y neuropsicólogos, sabemos que esto no es un “remedio mágico”, pero sí un soporte neurobiológico real. Las mascotas, y en nuestro caso nuestra perrita, pueden ayudar a regular el sistema nervioso autónomo, especialmente en niños con hipersensibilidad sensorial o con dificultades para modular sus emociones.
Consejos desde la neuropsicología (y el amor)
Rutinas compartidas, no impuestas: Si tu hijo tiene un vínculo con su perrita, invítalos a tener momentos repetitivos juntos. Esto fortalece la predictibilidad, que es clave en el procesamiento neurológico de un niño con autismo.
Lectura emocional asistida: Usa a la perrita como un puente para interpretar emociones. “Mira cómo se pone contenta cuando llegas”, “¿Cómo crees que se siente cuando no le hablas?”. Esto activa áreas cerebrales como la corteza prefrontal medial, involucrada en la empatía y la teoría de la mente.
Contacto físico con sentido: Si tu hijo lo permite, enséñale a reconocer cómo cambia su cuerpo al acariciarla. Puedes guiarlo en un ejercicio breve de respiración mientras la acaricia. Esto estimula la autorregulación y activa el nervio vago, relacionado con la calma y la conexión.
No fuerces el vínculo: Algunos niños tardan en acercarse. Está bien. El cerebro necesita tiempo para sentir seguridad. La oxitocina, hormona del apego, se libera solo cuando el cuerpo siente que hay confianza.
Lo que aprendimos como pareja
Tener una perrita en casa también nos ayudó a nosotros como esposos. Nos recordamos mutuamente que no todo se puede controlar, que hay belleza en lo espontáneo. Que muchas veces, la verdadera terapia ocurre cuando te recuestas junto a tu hijo y su perrita, sin decir nada.
Porque en esta vida de neurodivergencias, rutinas, diagnósticos y resiliencia, también hay momentos de pura conexión sin palabras. Y eso, también es neuropsicología: es acompañar, observar y comprender que el cerebro humano no siempre necesita hablar para sanar.
Gracias por leernos. Escribimos esto con amor, desde un rincón de nuestra vida que queremos compartir porque sabemos que no estamos solos. Y si tú estás aquí, leyendo, tampoco lo estás.
Marlén Yovana Pachon Poveda
Juan Sebastián Parra Méndez
Cofundadores de NeuroContigo
Mg’s Neuropsicologia
Psicólogos
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